Una mañana del mes de Marzo en Salamanca #VEASal1

La vida de un estudiante atípico en Salamanca:

1. Una mañana del mes de Marzo en Salamanca

Era un día cualquiera, el cuarto día seguido que oía una arítmica melodía que venía del patio interior de mi piso de estudiantes. Esa melodía relajante, desactivaba mi buena voluntad para ir a clase, donde, otro día más, aprendería tanto sobre mi ciencia que ya podría hablar como un profesional. En la cama, con los ojos cerrados pero los cinco sentidos bien abiertos, mi conciencia no me dejaba tranquilo, me tenía que deshacer rápido de las malvadas sábanas, amigas de los vagos, como decía mi padre.

En pié, la melodía no dejaba de sonar, los párpados aún inactivos, necesitaban su dosis de rayos de sol para despertar, y dar la iluminación necesaria a mi cerebro para ser un provechoso día como estudiante. Cada día es una nueva oportunidad para hacer lo que no hiciste ayer, o mejor, para hacer lo que tengas para mañana y dar vacaciones a tu “yo” del futuro. En cualquier caso, el día no puede seguir hacia delante, si no recibimos la vida con una sonrisa al levantar la persiana.

Gris, húmedo, sucio. Estos eran los tres adjetivos con los que llevaba dando la bienvenida al sol cuatro días seguidos. Mi rito mañanero tenía que ser diferente, más como yo, más divertido. No tardé en llegar a la conclusión de que la primera persiana que tenía que abrir era la de la cocina, sí, esa que da a la calle, y ves la gente jodida yendo a trabajar, mientras tú estás refugiado en casa, y lo que es mejor al lado de la nevera y a diez metros del colchón. Fuera como fuese, mi problema en 20 minutos aún era más grave, no sólo iría jodido a estudiar (entendamos jodido como desanimado, no malfollado, que ojalá!) sería el cuarto día seguido que maldeciría mi propia decisión de no haber comprado un paraguas.


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